Uno de los elementos que caracteriza a los seres humanos es su deseo de independencia. A toda persona, eventualmente, le llega el momento de decir adiós a su hogar inicial, para empezar a experimentar la vida sin la ayuda de sus padres.
Dicha independencia se adquiere de manera progresiva, conforme se produce el desarrollo físico y psicológico. Por eso, es recomendable que el paso entre la dependencia juvenil y la autonomía del adulto, se produzca mediante una transición.
En virtud de ello, llegado el momento de entrar a la universidad, todos los estudiantes deberían tener en cuenta la posibilidad de vivir en una residencia. Ciertamente, esta opción ha sido diseñada para facilitar el estudio a quienes se encuentran en zonas alejadas del campus, sin embargo, ello no impide que puedan derivarse de ella otras ventajas.
Una residencia de estudiantes es el entorno perfecto para que un joven haga la transición entre la dependencia que tiene de sus padres y la independencia que le exigirá su condición de profesional.
Y es que las residencias universitarias son un punto medio entre la protección paternal y la autonomía de la vida independiente. Es una manera de empezar a adquirir responsabilidades, comprender el valor del hogar y poner en práctica la disciplina y demás valores transmitidos por los padres, pero sin estar completamente solos.
En este sentido, las residencias son entornos en los que se comparte con amigos que viven la misma experiencia. La compañía de ellos te ayudará a sentir que no estás solo y te servirá cuando tengas dudas o problemas que no sepas resolver por tu cuenta.
Como puedes ver, al vivir en una residencia no solo estarás más cerca del campus universitario, sino también adquirirás la madurez que te exigirá tu vida profesional. Así que, mientras atravieses esta etapa, aprovéchala y obtén de ella los mayores beneficios para tu futuro.